Terapia: Camino y Empoderamiento

Terapia: Camino y Empoderamiento

Hans-Georg Bertenbreiter

 

Terapias de todo tipo – ¿algo para cada quién?

Hay terapias de todo tipo: Muchas efectivamente nos ayudan en los problemas que padecemos, ya sea aliviando sus síntomas, curando las heridas de un pasado remoto o reciente, o modificando conductas que experimentamos como indeseables.

Entre este vasto número de terapias, las más tradicionales emplearán la palabra como herramienta y medio, de modo tal que, al analizar hasta el último rincón de nuestra psique, al final sabremos con precisión qué es lo que tememos y por qué, no obstante lo sigamos temiendo con pavor. Otras conjurarán las deidades de tribus exóticas como si éstas por pura bondad y magia solo esperaran para ir a nuestro auxilio, aunque antaño hayan exigido feroces sacrificios humanos a sus adeptos. Hay las que mezclarán cócteles de plantas y esencias, convencidas que nada malo pueda venir de la naturaleza. En fin, desde Freud hasta el más extravagante esoterismo brotan las ofertas para sanar las heridas de nuestro maltratado ser; ofertas, por cierto, unas más serias y eficaces que otras.

 

Algo “muy mío”

Cómo no: la mayoría buscamos y anhelamos dejar atrás aquello que nos limita, aquello que nos frena o entorpece. Percibimos dentro de nosotros “algo” que vislumbra más, que nos da a entender que somos más de lo que día a día vivimos. Ese “algo” podrá ser una voz, un sentimiento, una sensación interior, hasta un pensamiento recurrente, Mas siempre lo percibimos como algo “muy mío”. Soñamos, de noche o despiertos, con eso “muy mío”, que nos empuja y nos quiere impulsar.

De noche, a menudo es fácil superar lo que nos impide hacer real ese “muy mío”, lo logramos y hasta lo disfrutamos un rato. Hasta que despertamos, y de golpe nos vienen a la consciencia las trabas, miedos, hábitos cautivantes. Incluso aparecen mil argumentos que nos dicen con la implacable fuerza de la razón que es vano, imposible, prohibido, ridículo lo que soñamos.

Sin embargo, los sueños persisten – en nuestro interior. A veces incluso nos da la impresión que los sentimos físicamente perdurar en alguna parte de nuestro cuerpo, una sensación fugaz pero cálida, intensa y muy nuestra.

 

¿Cómo tratan las diferentes terapias ese algo “muy mío?

Para quienes sufrimos las dolorosas limitaciones de nuestro ser que buscamos superar, la pregunta que resulta de esto es cómo las diferentes formas de terapia consideran y manejan ese “algo muy mío”.

Hay dos corrientes que, a la luz de esta pregunta, me parece preciso descartar de plano. Por diferentes que se presentan, padecen de lo mismo: No toman en serio ese “algo muy mío”:

Las unas lo ignoran o reducen. Aplicando un manual de patologías, lo “traducen” a algún desorden, trastorno o síndrome a tratar. Aunque al declararlo “enfermedad” reconocen el dolor que sufrimos por esas limitaciones, al mismo tiempo desconocen el potencial de sanación y crecimiento que les es inherente e ignoran que a menudo no son más que síntomas de un malestar mucho más profundo de lo meramente mental, un malestar que, no obstante, puede ser el profundo deseo de dar a luz algo mucho más grande en nosotros.

Las otras quizás reconozcan la profundidad que hay y vive en nosotros. Pero recurren a algo ajeno a nosotros para curarla, sin que para el caso importe mucho si eso ajeno es “pura magia” o una clase de “remedio” natural o artificial, y sin juzgar si lo que ofrecen es serio o charlatanería.

En realidad, ninguna de las dos corrientes mencionadas nos empodera. Ninguna toma en cuenta que en la misma “enfermedad”, de hecho, a menudo yace el camino para la sanación. Siguiendo a R. Dahlke, la enfermedad es “símbolo”, en sí misma representa la sanación y el camino hacia una sanación profunda. Y finalmente: ninguna de esas corrientes terapéuticas reconoce el potencial de sanación que hay dentro de nosotros mismos.

 

Las terapias han de sanar – al ser humano entero

Consecuentemente, toda terapia que reclama para sí un potencial de sanación, deberá considerarnos en nuestra totalidad, es decir en que somos cuerpo, mente, psique, espíritu, y todo esto no en partes separables, sino como una unidad indisoluble y completamente entretejida.

Sin querer entrar en una discusión conceptual de lo que significan estas cuatro palabras de “cuerpo, mente, psique, espíritu”, me refiero a que somos seres con una realidad corporal o material, que estamos dotados de razón y pensamiento, que poseemos sentimientos y emociones de toda clase, y que requerimos de una apertura espiritual (del tipo que sea) porque sin ella toda búsqueda de sentido en nuestras vidas quedará trunca y superficial.

Y todo esto es uno dentro de nosotros. No se puede prescindir o separar una dimensión de otra, por lo general están entremezcladas de tal modo que ni siquiera podemos indicar límites definidos entre ellas.

Dicho esto, es preciso destacar que la “medicina” más elemental que puede curar yace dentro de nosotros mismos, y si bien nos ayuda la guía del terapeuta para caminar en el sendero de la sanación, no avanzaremos ni un milímetro en él si no somos nosotros quienes damos los pasos, quienes recorremos ese camino.

 

Terapia es empoderamiento

En esto último se encuentra la razón del por qué la terapia debe ser empoderamiento. Si solo yo puedo recorrer mi camino, si solo yo lo puedo ver con claridad, nadie más me podrá dar un itinerario, un mapa de ruta. Pero recorrer mi camino requiere de algo previo: solo cuando estoy en condiciones para caminar puedo emprender el viaje.

Para permanecer en la metáfora: solo cuando conozco mis piernas y pies, solo cuando los puedo mover, y solo cuando son capaces de soportar mi peso y cuando soy capaz de mantener mi equilibrio, entonces efectivamente puedo ponerme en marcha sin quedarme en la ruta. Por lo tanto, toda terapia debe de ser un proceso, un aprendizaje para el empoderamiento.

Hay terapias que reconocen esto y consecuentemente buscan empoderar a quienes se refugian en ellas. Y, de hecho, en general exhiben buenos resultados. Estas terapias, en mi opinión, usualmente integran muy bien a tres de las cuatro dimensiones antes mencionadas, porque consideran el cuerpo, la mente y la psique.

 

El empoderamiento no surge de la nada

Pero así como un niño que ha aprendido a ponerse de pie y caminar, todavía deberá saber mucho más para moverse en el mundo, así no es suficiente conocer nuestras capacidades, nuestros potenciales, nuestras debilidades, etc., sin tener por lo menos alguna idea del fin que tienen, o mejor dicho, del por qué y del para qué los tenemos.

Por lo tanto, toda terapia que reclama ser holística o integral, deberá incluir un aprendizaje para poder “encontrar y leer el mapa” que tenemos adentro. Esto, a mi parecer, corresponde a la inclusión de la dimensión espiritual en la terapia.

 

El empoderamiento incluye la espiritualidad

Nuevamente, no se trata aquí de la propagación de alguna doctrina religiosa, filosófica, esotérica, etc., ni mucho menos de la “captura” de adeptos, sino de un camino de descubrimiento y conocimiento para con nuestro propio mundo interior, el “inmanente” y el “trascendente”, para con nuestros muy propios valores y estructuras, y de cómo los hemos de vivir y madurar.

La dimensión espiritual, lo admito sin más, excede el marco y la concepción de la mayoría de las terapias convencionales. Las posturas terapéuticas progresistas de principios del siglo XX, empapadas de un laicismo, agnosticismo o una tolerancia religiosa mal concebidos, intencionalmente renunciaban a “meterse” en la vida y los imaginarios espirituales de sus pacientes. Pero con ello, sin sospecharlo, al mismo tiempo renunciaban a la posibilidad de una sanación de profundidad, “de raíz” de esos pacientes. En los círculos vanguardistas y la mayoría de los científicos prevalecían las cosmovisiones materialistas, y Freud no era la excepción.

Los tiempos cambiaron, y el péndulo de la historia parece estar llegando al extremo opuesto, hablando de cosmovisiones. Los círculos vanguardistas de comienzos del siglo XXI adhieren mayoritariamente a una u otra forma de esoterismo – ¡supersticiones y creencias en milagros de toda índole incluidas!

¿No es esto el más claro indicio de que la dimensión espiritual constituye un pilar indispensable para vivir una vida con profundidad, proyección y sentido? ¿No constituye, en consecuencia, un factor ineludible para toda terapia?

Nuevamente surge aquí el tema del empoderamiento. Solo cuando somos nosotros mismos quienes descubrimos, diseñamos, y experimentamos una espiritualidad viva, “muy nuestra”, esa espiritualidad podrá soportarnos cuando de verdad haga falta.

Para eso debe empoderarnos una terapia que merezca el nombre. Pero, ¡ay!, un terapeuta que pretenda ser guía en eso, deberá estar en condiciones para ir delante de su cliente.

¿O no?

 

Terapia es acompañamiento

Pues, idealmente sí, y cuando se tenga la suerte de encontrar a alguien así, siempre se sacará grandes beneficios. Pero, claro está, no todos los terapeutas somos iluminados, sabios y gurúes.

Por eso ese “guía” más bien ha de ser un acompañante, alguien que acoge a su cliente, lo advierte de las trampas (también aquellas de su propio interior), en las que podría caer, alguien que lo toma de la mano cuando el camino terapéutico se hace sinuoso o pedregoso. Es alguien que le ayuda verse a sí mismo como en un espejo, alguien que ha aprendido el uno u otro truco útil en el proceso.

Por el contrario, un terapeuta no lo sabe todo (es un ser humano como otros), no es capaz de leer los pensamientos de su cliente o de curarlo por arte de magia. Tampoco podrá ni pretenderá realizar las tareas que incumben a su cliente. Por lo tanto, en todo momento debe quedar claro que el camino terapéutico es el camino del o de la cliente (el terapeuta, pues, tiene el suyo propio).

Aparte de haber tenido una formación sólida, un terapeuta debe entrenar sus sentidos constantemente y los ha de tener despiertos (no solo los cinco clásicos) a todas las manifestaciones de su cliente, las más evidentes tanto como las casi imperceptibles. Y un terapeuta debe tener la suficiente percepción propia como para darse cuenta cuando sus propios procesos, emociones, miedos, deseos, etc. se hacen sentir, para no confundirse sino, por el contrario, usarlos para comprender y asistir el proceso de su cliente.

Un buen terapeuta es paciente y le enseña a su cliente serlo. Tal como la ruta de A a B se ha de recorrer paso a paso, así la terapia es un proceso de pasos, muchos o pocos, a veces fáciles y agradables, a veces difíciles e incluso duros. A menudo será preciso primero sacar a algún obstáculo del camino antes de poder avanzar, a veces habrá que bajar a oscuras profundidades, pero también se gozará de alturas nunca antes alcanzadas e imaginadas.

 

Terapia es búsqueda y fortalecimiento de nuestro “centro”

Todo esto es parte del empoderamiento y todo lo dicho se ha de vivir desde nuestro “Centro”, aquel espacio muy dentro de nosotros, donde nuestros sueños persisten, donde más somos nosotros mismos, desde donde brota ese “algo muy mío” del que hablamos al comienzo de este artículo.

No importa donde lo encontremos o ubiquemos dentro de nosotros, siempre ha de ser un lugar en donde confluyen cuerpo, mente, psique y espíritu, y todo lo demás que somos. Es un lugar de refugio tanto como una fuente de energía siempre nueva, un verdadero santuario de lo más sagrado que somos y tenemos. Consecuentemente, es también el lugar de trascendencia, de encuentro con lo espiritual y lo divino. No es relevante qué creemos, si pertenecemos a alguna religión o no, si Dios existe para nosotros o no. Nuestro “Centro” alberga en nosotros una apertura hacia lo más grande.

Hacia allí debe ir todo esfuerzo terapéutico integral y holístico, hacia el descubrimiento y fortalecimiento de aquel “Centro” y desde él al empoderamiento y la sintonía de cuerpo, mente, psique y espíritu, y todo lo demás que somos.

21 thoughts on “Terapia: Camino y Empoderamiento

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    1. Hans-Georg Bertenbreiter Post author

      Thank you so much for your encouriging words. (and please excuse the delay of my reply). Warm greetings from Ecuador!

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    1. Hans-Georg Bertenbreiter Post author

      Gracias por compartir tus sentimientos. Desafortunadamente no he escrito mucho en español, pero si puedes leer inglés encontrarás algo más que te pueda interesar.

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